Hace años que no visitaba Madrid, la última vez fue antes de la Pandemia…
Este viaje ha sido agradable, lleno de añoranzas pasadas y de la alegría sensual del presente. Ha sido un estallido de sensaciones el reencontrarme con una ciudad en la que viví un par de temporadas. Callejear por sus calles, visitar algunos de sus barrios, volver a pisar los caminos que vertebra al Retiro. No he entrado en ningún museo, el museo es el propio Madrid vestido de calles, cielos y parques…
He hecho muchas fotos, abocetados algunos dibujos y escrito algunas de las impresiones provocadas por un viaje previsto y de sorprendentes resultados. Os comento algunas de esas imágenes, algunas de esas sensaciones.
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Nuestro hotel estaba cerca del parque de El Retiro por lo que, al comenzar el día, era inevitable caminar por sus caminos y visitar algunas de sus esculturas, algunos de sus edificios.
Lo primero que encontramos es la Puerta de Alcalá, presidiendo una de las entradas del parque, también da nombre a una de las calles más emblemáticas de la ciudad.
Paseando llegamos al gran lago central, habitado por multitud de barquitas ocupadas por turistas. Está presidido por una gran columnata, delante de la cual hay varios leones que vigilan lo que ocurre en el parque.
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Seguimos caminando entre los senderos, a la sombras de los árboles. Vimos a lo lejos el refulgir de cristales bajo el sol. El Palacio de Cristal se erguía imponente, iluminado por la luz matutinal y y repleto de visitantes curiosos que entraban y salían admirando las transparencias y reflejos de sus paredes y techos.
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Ascendiendo por una avenida principal del Retiro, a lo lejos se alza una escultura. Es el Ángel Caído, tan majestuoso, tan solitario, dolido por la Caída inminente… Le espera eternamente el profundo Infierno, pero siempre se queda allí arriba… Los que se quedan abajo somos nosotros, terrenales transeúntes del Infierno cotidiano…
Salimos del parque bajando la Cuesta de Moyano que nos invita a curiosear entre libros de una vejez indefinida… Los viandantes caminan perezosamente observando los estantes repletos de posibles lecturas futuras.
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Atrás dejamos retazos pictóricos dentro de un parque hecho de luz y árboles, de sombras agitadas sobre superficies acuáticas, de un colorido exuberante en el que el verde es el rey.
Allí encontré una superficie pintada con trazos impresionistas decimonónicos, surcada por la tranquilidad de los patos…
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Si subes por Gran Vía buscando la plaza de Callao, has de cruzar oleadas de personas inquietas en continuo movimiento. Allí me paro un momento y capto con mi cámara el mítico edificio «Schweppes» inmortalizado por Alex de la Iglesia en su película «El día de la Bestia».
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Entrañable fue callejear por el barrio de Lavapiés, por sus cuestas llenas de luz y quehaceres cotidianos. Un barrio donde lo importante son sus vecinos con sus historias del día a día. El tiempo se frena y se hace más lento, contemplo a algunos vecinos sentados sin prisa en las soleadas terrazas, otros con sus carros de la compra, por alguna esquina trabajadores subidos a escaleras solucionando averías de vecindario…
El cielo se cubre de nubes que nacen en el horizonte. Atravesamos la explanada que separa el Palacio Real de la catedral de la Almudena, rumbo al suroeste, al mirador que se abre sobre la Casa de Campo y las ciudades sureñas que rodean el parque de Polvaranca. El horizonte se hace visible, es lo más parecido que tiene Madrid a contemplar el mar y sus confines. Es un mar verde con islas compuestas por edificios rojizos.
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A partir de algunas fotos hice bocetos de detalles arquitectónicos como éste de una ménsula animada que vigila la calle desde la fachada de Casa Real de Aduana situada cerca de Sol, donde comienza la calle de Alcalá.
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Del Retiro me llevé una rosa, una de las primeras en salir en esta primavera, preludio de la gran explosión floral que nos regala la gran rosaleda que habita unos de los rincones más bellos del parque.
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Para despedir esta pequeña muestra de un viaje de reencuentros, os presento a unos de los guardianes de los caminos del gran parque. Es un león arcaico, con pereza centenaria, que nos acompañó en nuestro paseos madrileños.
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Ya nos volvíamos a casa y estábamos en la estación de Atocha esperando a que llegara la hora para subir a nuestro tren, cuando vimos un anuncio en los pasillos de la estación que resume a la perfección los sentimientos que albergábamos por nuestra visita a la capital que estaba a punto de concluir.
«Vale la pena»
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