La mañana comenzaba gris y húmeda. Había llovido durante toda la noche… Una lluvia continua y monótona fue calando en cada molécula de la ciudad, y el frío húmedo se filtró hasta los huesos.
Atravesando calles envueltas en la gris claridad matutina, mis pasos me llevaron a un enorme muro verde oscuro y brillante que ocultaba un tesoro. Asemejaba un gran corazón verde que daba oxígeno a la gris gran ciudad.
Recorriendo su perímetro encontré alguna entrada pequeña y oscura que me invitaba a entrar. Acepté el ofrecimiento y me sumergí en un nuevo universo en el que una luminosidad verde y profunda lo envolvía todo.
Un camino, tapizado de hojas y protegido con las ramas de los árboles, me condujo a un pozo plateado que se sumergía en una espiral de pensamientos…
Tardé un tiempo en volver a la senda bajo los árboles. Por un costado aparecieron espejos habitados por golondrinas, que me recordaron al famoso espejo de Alicia, puerta a tantas maravillas.
Seguí el sendero que se dirigía a un lugar oscuro, privado de toda luz, rodeado de enredaderas que hacían la función de puerta… Me sentí atraída por la oscuridad, su fuerza se asemejaba a la de un gran agujero negro que todo se lo traga…
Todavía permanezco rodeada por la negrura, incapaz de encontrar el camino de vuelta. No recuerdo a dónde volver. Mi principio y mi final es una eterna negrura, húmeda y fría, de hojas mojadas por la lluvia…